a mí los cementerios no me gustan. la pasaba bien en el de la recoleta, cuando eramos chicos e ibamos con el duende a tomar keta en el nicho de firpo, donde había un boxeador a escala pintado de dorado y ese día que me dijo "esta es para caballos, no para perritos" y a mí ya se me había dormido todo el cuerpo y lo odié y algo dentro se rompió. nada más terrible que querer bajar, que querer salir, moverse, pensar claro y no poder. de ninguna manera.
pero esa es otra historia. ahora estábamos en la chacarita al lado de la tumba de gilda. que no era tumba tumba, era de esas que son como compuertitas. los personajes más hermosos, desfilando frente a ella, hablándole en susurros, dejando dibujitos y fotos y flores. al rato largo llegamos adonde el micro chocó. con marilú, la travesti de dos metros que imita a lía crucet, ya eramos amigas. por eso de compartir el mismo esmalte azul de casualidad o por cómo contaba de sus amigos con los que jugaba a la pelota de pibe y ahora le tiraban una onda como músicos murgueros invitados en sus shows. yo estaba re contenta. mientras bailaba chamamé tomando el michel torino más caro de tu vida pensaba en gilda como una suerte de liza minelli subtropical, en la diversidad sexual cuando lo gay friendly nunca fue pensado para vos, cuando no hay marcha del orgullo que supere que los muchachos del potrero sean tus amigos con o sin ese tremendo par de tetas. me traje unas estampitas y la foto mental del micro recauchutado, que ahora es altar y esa luz adentro, filtrándose entre los árboles.
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