
no me acuerdo cuántas veces vi esta película. y vamos a decir algo primero, yo entiendo poco y nada de cine. y es del tipo de cosas que necesito no terminar de entender nunca del todo para que me siga dando ese vértigo en la panza cuando se apagan las luces en la sala, aunque sea el hoyts y te reclines y todos los compartimientos alrededor del asiento te alejen de lugares más mágicos, como aquella sala gigantesca que era el cine Metro y ahora es un espacio íntegramente dedicado al tango for gringos. o esa sala del Cosmos que parecía un bondi de tan angosta y larga. decía, esta película, no importa cuántas veces la vea hay partes que me conmueven de maneras que pocas cosas. porque está esa mezcla loca entre la universalidad de ciertos sentimientos (el amor que duele en todo el cuerpo y que no puede ser más que de esa forma, la ternura infinita de pequeños detalles, empezar de nuevo, garchar como si se te fuera la vida en ello) y esa cosa porteña a través de los ojos de un chino zarpado. alguien me dijo, nunca vi un picadito tan hermoso como el que se filmó en happy together. y el otro día fui acá a un par de cuadras, donde hay barcos herrumbrados que nadie se molesta en desguasar y están ahí, gigantes y muertos y prefectura cuida que nadie vaya a osar meterse, no sea cosa que el barco encayado sirva de refugio, de casita, de escondite perfecto para jugar. y me acordé de esa piecita que compartían ellos en la boca, de la luz que se filtraba en su ventana, del río ahí nomás, lo vieras o no. El bar sur, empedrados, piazzolla y el fin del mundo, iguazú y hong kong, con bolichón cumbianchero de yapa y un cassette en el que no se te escucha llorar.
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