
lo ideal sería que llueva. así, una bocha, y andar en bici. y que mi bici tenga guardabarros.
lo necesario sería que ya fuera invierno de una buena vez, porque, a ver, en verano transpiro como cerdo gordo y sucio, se me hacen bigotes de sudor, huelo a cebolla agria todo el tiempo y me empeño en sí, seguir andando en bici.
por eso mismo creo yo que desarrollé un odio desenfrenado a la gente que con 37 grados a la sombra va impoluta por la vereda del sol, nada de cachetes colorados, de pelo revuelto y pegoteándose a la nuca. esa gente que me gustaría creer que sólo vive en los afiches de perfume o asomándose a un balcón de Av. Alvear usando ese mismo perfume. Para odiarla más y mejor y de lejos, clasistamente como quien dice. Pero no, las he visto chancleteando coquetas en las adoquinadas calles del barrio sur. Y los he visto sin necesitar el aire acondicionado que vas a chupar como yonki abstemia a las colas de los bancos. Vos que andas en bici y nunca necesitaste monedas, ni en los peores momentos de escasez. Pero salís de ahí intoxicada y feliz para chocarte con el vapor saunesco, con el bodoque calorífero de la muerte y ahí él. Reluciente. Un adonis flotante que refresca todo a su paso y nada registra. En plena calle Corrientes.
Esa gente.
Me gusta creer que hay un extra punch que obligadamente desarrollás en la vida cuando no sos esa gente. Cuando te dicen qué simpática que sos o qué interesante o misterioso o extravagante. Cuando te descubrís estudiando cosas peculiares como sánscrito, oboe, historia medieval de los pirineos franceses, química orgánica, de repente pensás si algo habrá tenido que ver el envase que tocó en suerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
say what?