entonces una maraña de imágenes. fotos desplegadas en un orden
arbitrario que me invitaba a encadenarlas. y de repente había un
trabajador en un frigorífico sosteniendo un conejo muerto. lo agarraba
de las patas y sus ojos clavados en la lente del fotógrafo despertaban
miedo y compasión y empatía al entender que la rutina de muerte adormece
de a poco. y después un almuerzo de candomberos, un gif animado, una
toma de tierras, un primer plano de mi cara demacrada frente a la
computadora con una vieja pared de fondo que reconocí como de otra casa
en la que vivimos. fotos de familia, de amigos suyos que desconozco,
fotos de inviernos lejanos con camperas de otro tiempo. y de repente,
esas tres o cuatro fotos. él sentado junto a una chica. una chica que lo
besa. una habitación luminosa. por los cortes de pelo diferentes
adivino que puede haber pasado cierto tiempo entre una y otra foto. no
conozco a la chica pero él es él. es su sonrisa y es esa mueca de
felicidad que le conozco tan bien y asomarme a eso, un eso, digamos, en
el que no existo, me revuelve la panza y tengo que cerrar. hago click en
la crucesita roja de la ventana de la mac. y me digo que no hace falta
indagar si la foto tiene 6 meses o 7 años. que no. que esa foto es suya.
que no tengo ningún derecho a volver a asomarme.
*sueños con siameses*
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